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Testimonio de Marián Chávez, salesiana cooperadora participante en la 36ª edición celebrada en Turín del 18 al 21 de enero.
“Nunca antes había participado en un encuentro como éste. Supongo que todo es cuestión de estar en el lugar apropiado en el momento apropiado y Dios me tenía reservada esta experiencia para este año.
Tras la inercia de la rutina, la vuelta de las vacaciones de Navidad se presentaba como la continuación a un curso lleno de trabajos e ilusiones. El inicio del año siempre guarda con sí un saco de ilusiones y retos por cumplir y, entre tanto, la vida a veces te tiene siempre guardada alguna sorpresa… En esta ocasión tenía nombre propio: las 36ª Jornadas de Espiritualidad de Familia Salesiana en Valdocco (Turín), del 18 al 21 de enero.
Hace unos meses leí que si queríamos invitar a alguien a tal evento, debíamos presentarlo, ante todo, como una aventura. Al principio, me llamó la atención tal designación. Ahora entiendo perfectamente el matiz de aquellas palabras y las suscribo: las Jornadas de Espiritualidad de Familia Salesiana son una aventura. Hacia lo desconocido, hacia Dios, hacia los otros, hacia ti mismo.
Un total de 22 de los 31 grupos que forman parte de la Familia Salesiana del mundo lo atestiguan. De la mano del Rector Mayor, un recorrido por el Aguinaldo nos ha llevado a profundizar y a cultivar el bello arte de la escucha y el acompañamiento, a través de la oración y de charlas formativas marcadas por la experiencia y el testimonio. Bajo el lema “Señor, dame de esa agua” nos hemos redescubierto como Familia Salesiana, sabiéndonos en camino hacia la misión, que nos llama a la salvación de las almas de los jóvenes del mundo. Cuatro intensos días que serían imposibles de resumir con palabras. Unas Jornadas así no se cuentan, se viven.
Por momentos… Fue alegría por saberse acompañado. Fue reto y oportunidad al ser consciente de las posibilidad de acompañar a otros. Fue escucha activa que se convirtió en condición, mirada, silencio, confianza, espera. Fue discernimiento que siempre suscita vida. Fue saberse amado por Dios, el primero que acompaña nuestra vida. Fue acogida, desafío, confianza, ambiente, crisis, decisión y camino como proceso del arte de acompañamiento.
Fue experiencia compartida. Fue corazón multiplicado. Fue formación necesaria y edificante. Fue recordar que éste es siempre un tiempo favorable. Fue grito de los jóvenes diciéndonos que nos quieren en sus vidas y pidiéndonos que estuviéramos disponibles. Fue mirarnos en el espejo de Don Bosco y confrontarnos. Fue carisma salesiano allá donde el mundo lo vio nacer. Fue casa, escuela, patio e iglesia.
Fue abrazo por el encuentro con rostros (des)conocidos. Fue sonrisa por la convivencia con gente tan igual y, a la vez, tan diferente a ti. Fue silencio por las profundas reflexiones. Fue canto por el que alzábamos nuestras voces a Dios. Fue fotografía (y selfie) por la voluntad de inmortalizar el momento. Fue cansancio llevadero por el intenso ritmo. Fue orgullo, siempre humilde, por ser consciente de que la Familia Salesiana del mundo tiene mucho que decir. Fue celebración por la creencia que todos compartíamos. Fue tolerancia por ver cómo las banderas unían y no separaban. Fue felicidad por sentirse intensamente unido a aquel que estaba frente a ti (y detrás y al lado). Fue anécdota por aquel instante que siempre recordarás. Fue oración por los jóvenes de todo el mundo. Fue respeto por las distintas formas de vivir lo mismo. Fue amistad por la permanente mano tendida hacia el otro. Fue evangelio hecho realidad por la vida convertida en testimonio. Fue una historia de amor, por ser las únicas historias verdaderas que existen. Fue fiesta por estar vivo, plenamente vivo… Fue lo de siempre, como nunca.
Pero, sobre todo, fue encuentro personal con Dios, experiencia fundante por la cual nuestra vida toma un nuevo sentido. Porque sólo en Dios nos sabemos plenamente amados. Porque sólo a Él podemos acudir para pedirle esa agua viva… con la que nunca jamás tendremos sed.
Fue… Y, gracias a Dios, yo estuve allí.”
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